24 octubre 2008

Listos y con principios

Cuando embarranca en la ignorancia Obama se refugia en banalidades, Biden se inventa algo, McCain suspende la campaña y Palin pide una aclaración.

Hace bien Kim du Toit en destacar esta frase. Y merece la pena esta entrada entera de Patrick Stephens en psjs.net:


Todd Zywicki y Orin Kerr tienen un par de entradas interesantes en Volokh sobre cómo miden la inteligencia los votantes.

Zywicki cavila sobre la posiblidad de que haya una tendencia entre alguna gente a identificar la facundia con la inteligencia:

Algunas personas reflexivas simplemente tienden a confundir la inteligencia con la capacidad de ser locuaz, o, más precisamente, de charlatanear. Y creo que en gran medida se reduce a esto; si Palin no conoce la respuesta a una pregunta, simplemente no se le da tan bien inventarse alguna. Biden, por contra, es un charlatán magistral, como mostró su actuación en el debate. Como regla general, cuanto menos informado estaba sobre la respuesta a una pregunta más seguro se mostraba al contestarla, como en su extraordinaria respuesta acerca del papel legislativo del Vicepresidente. Es claro que no tenía la más ligera idea de lo que estaba hablando, y sin embargo siguió adelante profiriendo afirmaciones con gran talento retórico. Charlatanería clásica. Aun en asuntos que supuestamente estaban entre los que domina, como la Constitución, ni siquiera se aproximaba a acertar. Hoven se fija en la tremenda trola de Biden sobre la expulsión de Hezbollah del Líbano, pero es básicamente lo mismo: agresiva charlatanería que encubre la completa falta de cualquier pista acerca de aquello de lo que está hablando.

Es un buen punto. Es más importante que un ejecutivo ignorante sea cauto que que sea decisivo. A este respecto, Palin es el único candidato en ambos bandos que parece aun ligeramente consciente de su propia ignorancia. Cuando embarranca en la ignorancia Obama se refugia en lugares comunes, Biden se inventa algo, McCain suspende la campaña y Palin pide una aclaración.

Kerr apunta que en realidad no se trata tanto de lo inteligente que de verdad sea un candidato como de lo de acuerdo que esté con nosotros:

... a menudo acabamos filtrando estas cuestiones con la lente de cuán de acuerdo están con nosotros. Los políticos que están de acuerdo con nosotros son necesariamente inteligentes. Después de todo, ¡tienen la brillantez y el juicio de ver que tenemos razón! Y de los políticos que no están de acuerdo con nosotros suponemos que son mucho menos inteligentes: les falta o la brillantez o el juicio para "pillarlo". Esta clase de juicios intuitivos se mezclan con la evidencia más objetiva (currículum académico, grandes capacidades literarias u oratorias) para formar nuestros juicios de la inteligencia de un candidato.

Pero en realidad ¿no es el debate sobre la inteligencia un poco tonto? No importa cuán inteligente sea una persona, sería imposible dominar cada asunto y cada problema que un Presidente enfrentaría en el ejercicio de su cargo. El rango de conocimientos es simplemente demasiado amplio. Por esto es por lo que un Presidente tiene asesores, expertos en campos específicos que le proporcionan aviso y consejo.

Identificar a esos expertos y ponderar su consejo es el trabajo primario de un Presidente. Y esas decisiones son el producto primario de los principios de un Presidente. Estos principios son mucho más importantes para la salud de la nación que las notas del Presidente en la Universidad, o en la Selectividad, o su habilidad retórica.

La cuestión en esta elección, como en todas las demás, es: ¿quién tiene los mejores principios (en la medida en la que sean identificables o consistentes)?

Donde McCain tiene principios identificables o consistentes parecen ser una mescolanza de nociones confusas e indistintas como la independencia occidental y americana, el populismo antiintelectual y la virtud de la obstinación; con un barniz (pero sólo eso) de republicanismo federalista de gobierno limitado.

Los principios de Obama, donde son identificables, son más coherentes. Obama parece ser un progresista bastante sincero. Es inflexiblemente redistribucionista, autoritario, estatista y antirrepublicano.

Para mí, la auténtica prueba de los principios es la medida en la que en verdad hacen la vida mejor, no la medida en la que afirman hacer la vida mejor. La medida en que los principios están cimentados en la realidad es la medida en la cual son buenos principios. La medida en que los principios vuelan en pos de abstracciones y flotan libremente desligados de la realidad es la medida en la cual son no sólo incorrectos, sino activamente contraproducentes.

En el caso de McCain, al ser sus principios más o menos aleatoriamente ensamblados y en gran medida incoherentes, la probabilidad de que de hecho aplicase buenos, efectivos principios como Presidente es esencialmente aleatoria. En el caso de Obama, esa probabilidad es aún menor. Mientras que los principios de Obama son coherentes y en gran medida constantes, también son casi completamente erróneos.

Así que esa es nuestra elección. No es la elección entre Torpón y Gallardo, o entre Cambio y Un Cambio Diferente, o entre listo y tonto. Nuestra elección es entre aleatorio y erróneo.