El texto en cuestión es ¿Qué es el conservadurismo?, la introducción de Ray al libro de 1974 El conservadurismo como herejía, editado por él. Ray se confiesa conservador burkeano y, como Edmund Burke, piensa que el hombre es imperfectible. Leámoslo (nota relevante: Ray, que es australiano, usa liberal con 'l' minúscula como lo que probablemente llamaríamos en España progre, pero lo he dejado tal cual en la traducción que sigue):
... el origen del término "conservador" en la vida política británica fue tan injurioso como cualquier otra cosa; era un término algo despectivo aplicado a personas con un cierto conjunto de creencias. Ocurría simplemente que ese cierto conjunto de creencias se correspondía bastante aproximadamente con lo lo que ya se consideraba práctica aceptada en esa época. Yo afirmaría, sin embargo, que la defensa del "statu quo" no es el elemento básico de lo que llamamos una actitud conservadora. De hecho, puede haber circunstancias en las que un conservador favorezca el cambio. Un enérgico conservador, por ejemplo, propondría permitir competidores privados para la Oficina de Correos. [...]
A partir de mi propia investigación de las actitudes de la gente, he llegado a la conclusión burkeana de que un conservador es, sobre todo, alguien que tiene una visión cínica o encallecida de la humanidad [...]. Sin condenar ni dejar de apreciar al hombre, cree que el hombre es predominantemente egoísta y que no se puede confiar en que haga siempre el bien. Esto es lo que hace al conservador ciertamente cauteloso acerca del cambio social, y esto a su vez es lo que ha dado origen a la opinión de que el conservadurismo es meramente oposición al cambio. Por contraste, nuestro considerado radical, o liberal con "l" minúscula, cree que el hombre es inherentemente bueno y que esta bondad asegurará que, no importa lo que se haga con buenas intenciones, al final se obtendrán los efectos buscados. [...]
Su característica orientación hacia el hombre deja al conservador vulnerable ante la acusación de ser "misantrópico" o incluso paranoide, y no hay escasez de informes de investigaciones que afirman haber demostrado que los conservadores tienen esas características. Tales investigaciones, sin embargo, tienen como fundamental punto débil la suposición más bien falsa de que ser cauteloso con el hombre es tenerle aversión. El que podría amarse a la humanidad a pesar de sus defectos no parece estar en el ámbito de lo que nuestros rígidos y moralistas izquierdistas son capaces de considerar posible. El único modo en que ellos mismos parecen capaces de amar al hombre es idealizarlo. Para hacerlo usan incluso tales patológicos recursos freudianos como la negación (esto es, negarse a ver o reconocer la humanidad de lo que no es ideal en el hombre). Esto se resume en una frase popular: "yo amo a la humanidad... a quien no soporto es a la gente".
Como queda implícito arriba, los conservadores se ven a sí mismos como realistas y a los radicales como, al menos temporalmente, autoengañados. [...]
Como realistas, los conservadores se oponen a todas las clases de romanticismo político; al reaccionario tanto como al radical, al extremismo de derechas tanto como al extremismo de izquierdas. Así como los conservadores (por ejemplo Churchill) se opusieron al romántico intento de Hitler de retornar a los antiguos valores y modos de vida germánicos, igualmente se oponen al romanticismo reaccionario de los que el duque de Edimburgo llama 'la brigada de los Párenlo Todo', la versión extremista del movimiento 'ecologista' moderno. Desde el panfleto de Edmund Burke sobre el asunto en 1756, los conservadores han desconfiado siempre de estos ciclos recurrentes de los movimientos de "retorno a la naturaleza", de los que los hippies parecen ser una variedad. Esta desconfianza surge de la creencia de que los entusiastas han caído víctimas de la ilusión de intentar 'guardar su pastel y comérselo' (esto es, oculta o incluso abiertamente quieren las ventajas de la civilización sin estar dispuestos a aceptar sus necesarias desventajas concomitantes).
[...]
...la que, en mi opinión, es la diferencia esencial entre el conservador y el radical. El radical está mucho más dirigido por sus emociones inmediatas. No puede soportar la idea del sufrimiento humano por ninguna razón, sea cual sea. Sin embargo esta es una posición necesariamente inconsistente. Aún no he oído a un radical que no admita que la guerra contra Hitler fue algo bueno. Era una cuestión de supervivencia. Si no hubiéramos combatido a Hitler no habría radicales, y habría ciertamente enorme sufrimiento. La respuesta es simplemente que puede ser necesario sufrimiento para evitar ulterior sufrimiento. El conservador puede aceptar y tratar esta posibilidad. El radical preferiría evitar la elección y arriesgarse a echar a perder el futuro a cambio de dar un descanso a sus pequeñas y crispadas emociones.
Y esta, parece ser, es la razón por la que, a diferencia de los obreros, tantos intelectuales y universitarios son radicales. Viviendo en sus torres de marfil, han quedado aislados de la brutalidad de la vida diaria y no se han hecho a la idea de la necesidad e inevitabilidad del sufrimiento. Ellos se las arreglan para evitar la mayor parte; ¿por qué no debería hacerlo todo el mundo?
[...] Tras tres o más años de adoctrinamiento, no es maravilla que la gente que ha pasado por la Universidad piense que las únicas opiniones intelectualmente defendibles son las radicales. La gente con influencia, pues, adquiere de sus profesores una ortodoxia que acaba transmitiendo a la comunidad en conjunto. Los niveles de educación crecientes significan que más gente se ve expuesta a esta ortodoxia radical, o liberal con 'l' minúscula, y esto a su vez explica la constante liberalización de nuestra cultura con los años. El conservadurismo es una herejía porque el radicalismo es la ortodoxia.
[...]
... Lo que hace funcionar a la persona que llamamos conservador no es la oposición al cambio, sino el que es emocionalmente capaz de reconocer y tratar con la destructividad y agresividad de la naturaleza humana.
Para el radical, la destructividad y la agresividad son lo más difícil de aceptar. Son las cosas que le causan mayor incomodidad. Simplemente no puede tratar con ellas. ¿Que hace, pues, cuando se ver forzado a enfrentarlas? Por increíble que pueda parecer, de una u otra manera simplemente niega que la destructividad y la agresividad existan. Intenta engañarse, declara que la gente es fundamentalmente agradable, considerada, y que cualquier desviación de esto es meramente un error o malentendido que puede remediarse mediante la educación. De los criminales violentos el radical dice: 'Habría que reeducarlos, no encarcelarlos'. La fe en que un hombre que simplemente disfruta 'machacando la cara a la gente' puede curarse mediante educación es realmente infantil. La educación podría ayudar al criminal a aprender más sobre las caras de las personas, pero no evitará que disfrute 'machacándolas'.
A veces, sin embargo, esta evasión es simplemente insostenible. A veces el redical debe contemplar cara a cara la agresión. ¿Qué hace entonces? Sólo hay un modo de que pueda mantener su ilusión sobre la básica 'agradabilidad' humana. Simplemente niega que el agresor sea realmente humano. Le trata como a una no-persona y corta toda comunicación con él. Para usar un término psicológico, el radical 'abandona el campo'. Así se trata a Hitler. Se usan para describirlo palabras como 'monstruo', como si fuera un extraño accidente genético que en realidad no pertenece a la humanidad tal como la conocemos. Y sin embargo lo que hizo Hitler está claramente en todos nosotros. Sesenta millones de alemanes cumplieron sus órdenes y una gran proporción lo hizo voluntariamente, sin necesidad de coerción. Los escritores antinazis de preguerra como Roberts admiten que Hitler era de lejos el hombre más popular de Alemania. Si alguno está inclinado a decir 'pero nosotros no somos como los alemanes', que vaya y escuche a la muchedumbre en un encuentro profesional de boxeo, lucha o fútbol. Puede ser una manera inofensiva de liberar la agresión, pero la agresión está ahí. [...]
El esfuerzo del radical, su necesidad de ignorar tan desagradables realidades no puede, por supuesto, ser adaptativa. [...] Tomemos a los pacifistas que reinaron supremos en Gran Bretaña después de la I Guerra Mundial, que a causa de su propio horror ante lo que había ocurrido se persuadieron a sí mismos de que jamás volvería a haber una guerra. En consecuencia, cuando las tropas de Hitler entraron en Renania en violación del tratado de Versalles los pacifistas encontraron excusas para él. Se negaron a creer que actuaba con malevolencia. Conservadores como Churchill, por supuesto, quisieron parar los pies a Hitler allí y entonces, antes de que tuviera ocasión de construir su máquina de guerra. Sin embargo los pacifistas vencieron y al cabo todo el mundo hubo de pagar el precio de esa locura: la II Guerra Mundial. Si el mundo no hubiera cerrado sus ojos ante lo que estaba haciendo Hitler, podrían haberle detenido antes de que fuera demasiado tarde.
Así como el conservador Churchill fue el más efectivo y constante oponente del nazismo de Hitler, los conservadores en general son los oponentes más efectivos del totalitarismo en general. Son los únicos que ideológicamente pueden permitirse reconocer y tratar con el mal, con la intención opresiva de tales regímenes. Por contraste, la política radical es la política del avestruz.
En el hombre, pues, hay bastante mal, y algo de sufrimiento humano será siempre necesario si se ha de evitar ulterior sufrimiento. Es ciertamente triste que tales creencias sean heréticas. Yo creo que son verdades innegables que ignoramos a nuestro propio riesgo.
ADDENDA POST-PUBLICACIÓN
Puede preguntarse si mi afirmación más arriba de que el realismo —particularmente acerca de la naturaleza humana— es básico para el conservadurismo es consistente con mi afirmación en otra parte en el sentido de que el respeto por el individuo y el amor por la libertad personal son básicos para el conservadurismo. ¿Cuál de los dos es realmente básico? ¿El realismo o el amor por la libertad? La respuesta sencilla, por supuesto, es que ambos están íntimamente relacionados. Si uno es cínico acerca de las buenas intenciones y la sabiduría de otros, querrá que el individuo esté tan libre de las atenciones de otros como sea posible. Una respuesta más precisa, sin embargo, es que el realismo y su consecuente cinismo es el motivo y la defensa de la libertad el resultado. Por decirlo de otro modo, la libertad es lo que los conservadores defienden y el cinismo realista es su motivo para defenderla. O, de otro modo aún, la libertad es básica en la política conservadora y el realismo es básico en la psicología conservadora.
Estos conservadores de Ray, caracterizados por su realismo y por su amor a la libertad, se parecen poco a los conservadores definidos más bien como reaccionarios de Fernando R. Genovés y mucho a los liberales como yo los entiendo.