20 noviembre 2005

Alfabeto musical

Un meme me ha mandado hacer Eaco, y en verdad que me ha puesto en un aprieto; no sólo porque aquí no habrá soneto, sino porque no estoy yo muy musical en los últimos decenios, ni en los primeros, y me ha quedado más bien poco vistoso. Pero bueno; rebuscando en mis recuerdos, mi disco duro y mi discoteca algo ha salido.

A. Yo hubiera puesto a Tommaso Albinoni, pero tras leer este comentario de Emilio advierto que no soy digno. Por tanto, y en honor de Jesús, la primera sorpresa de la tarde: ABBA.
B. Johann Sebastian Bach. (Se siente, Beethoven, peeero...)
C. François Couperin.
Ch (en ruso es una sola letra, y así compenso alguna de las vacías, pongamos la I): Piotr Ilích Chaikovski.
D. Aquí un intérprete: Alfred Deller. También en honor de Jesús (ma non tanto; he escuchado más a Deller que a ABBA).
E. La segunda sorpresa: Danny Elfman. Desde Pesadilla antes de Navidad, reforzada por Mars Attacks.
F. Qué curioso, de las cuatro efes que tengo tres son clavecinistas franceses del XVII-XVIII. Refrescadas que han sido, el ganador es... el alemán: Johann Caspar Ferdinand Fischer. (Además es el que me supone menos trampa, porque lo recordaba algo).
G. Christoph Willibald Gluck.
H. George Frideric Handel.
I. Véase la Ch.
J. Podría hacer trampa. Vale, la haré: Josquin des Prez.
K. Me pido intérprete (y director): Ton Koopman.
L. Jean-Baptiste Lully.
M. Claudio Monteverdi. Podría haber sido Mozart, pero no.
N. Podría... Puedo: Nikolái Andréyevich Rimski-Korsakov.
Ñ. Es broma, ¿no?
O. Carl Orff.
P. Henry Purcell.
Q. Trampísima: Louis-Claude Daquin.
R. Serguéi Vasílievich Rajmáninov.
S. Domenico Scarlatti.
T. Dimitri Tiomkin.
U. Me pido comodín de intérprete y trampa: Lars Ulrik Mortensen.
V. Antonio Vivaldi. Para compensar los defectos de la U, y porque sacar a Bach sólo dos veces parece poco, añado a Sándor Végh, intérprete de la versión que tengo de las Sonatas y Partitas para violín solo.
W. Sylvius Leopold Weiss. Con mi agradecimiento a Jesús, que me dio a conocer Ars Melancholiae en un momento difícil (y largo) en el que me vino bien; por eso y por todo lo demás.
X, Y, Z. Creo que haber echado la tarde con lo precedente ya basta. Paso, sin pasarlo.

(El de los libros me costará más, Carmelo).

15 noviembre 2005

Sobre la efectividad de los cascos de hoja de aluminio: un estudio empírico

On the Effectiveness of Aluminium Foil Helmets: An Empirical Study.
Rahimi A., Recht B., Taylor J. & Vawter N. (2005)

Resumen
Entre una comunidad marginal de paranoides, los cascos de aluminio son la medida profiláctica de elección contra radioseñales invasivas. Investigamos la eficacia de tres diseños de cascos de aluminio en una muestra de cuatro individuos. Usando un analizador de red de 250000 $ hallamos que, aunque en promedio todos los cascos atenúan las radiofrecuencias invasivas en ambas direcciones (ya emanantes de una fuente externa, ya del cráneo del sujeto), ciertas frecuencias son, de hecho, amplificadas en gran medida. Estas frecuencias amplificadas coinciden con bandas reservadas para uso del gobierno, según la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC). La evidencia estadística sugiere que el uso de cascos puede en realidad incrementar las capacidades invasivas del gobierno. Especulamos que el gobierno puede haber iniciado la moda de los cascos de aluminio por esta razón.


¡Tiene que ser serio, es del MIT!</recochineo>

(Vía The Gun Guy).

(Ah, Juan Ramón: gracias por el enlace pero me temo que voy a dejar morir el meme...)

05 noviembre 2005

Los terroristas suicidas entre nosotros

Theodore Dalrymple en FrontPage Magazine (y en el City Journal) (vía Eternity Road):

Muchos jóvenes musulmanes [británicos], a diferencia de los hijos de hindús o sijs que emigraron a Gran Bretaña a la vez que sus padres, toman drogas, incluida heroína. Beben, se permiten encuentros sexuales informales, y hacen de las discotecas el foco de sus vidas. Trabajo y carrera son en el mejor de los casos una dolorosa necesidad, un medio lento e inferior de conseguir dinero para sus distracciones.

[...]

Por más seculares que sean sus gustos, los jóvenes musulmanes desean intensamente mantener la dominación masculina que han heredado de sus padres. Una hermana que tenga la temeridad de elegir un novio para sí misma, o incluso que exprese el deseo de una vida social independiente, probablemente recibirá una paliza, seguida por una vigilancia de exhaustividad digna de la Stasi. Los jóvenes entienden instintivamente que su sistema heredado de dominación masculina (que les proporciona, mediante el matrimonio forzado, gratificación sexual en casa liberándoles a la vez de las tareas domésticas y permitiéndoles vivir vidas completamente occidentalizadas fuera de casa, incluyendo aventuras sexuales en las cuales sus esposas no pueden indagar) es fuerte pero quebradiza, en buena medida como lo era el comunismo: es un fenómeno de todo o nada, y toda transgresión debe recibir un rápido castigo.

Aunque no hubiera otras razones, pues (y de hecho las hay), los jóvenes varones musulmanes tienen un fuerte motivo para mantener una identidad separada. Y ya que la gente rara vez gusta de admitir que su conducta tiene bajos motivos, como el deseo de mantener una dominación gratificante, estos jóvenes musulmanes necesitan una justificación más elevada para su conducta hacia las mujeres. La encuentran, por supuesto, en un Islam residual: no el Islam de onerosos deberes, rituales y prohibiciones, que interfieren tan insistentemente en la vida diaria, sino un Islam de sentimientos residuales, que les permite un sentimiento de superioridad moral sobre todo cuanto les rodea, incluyendo las mujeres, sin alterar en nada su estilo.

[...]

Los musulmanes que rechazan a Occidente están, pues, involucrados en una yihad interior desesperada, un esfuerzo imposible por expurgar de sus corazones todo lo que no es musulmán. No puede hacerse, pues su dependencia tecnológica y científica es también, necesariamente, una dependencia cultural. No se puede creer que el retorno a la Arabia del siglo VII sea suficiente para todos los requerimientos humanos y a la vez conducir un Mercedes rojo nuevo, como hacía uno de los terroristas de Londres poco antes de su suicidio asesino. Alguna conciencia de la contradicción debe de corroer aun en el más obtuso cerebro fundamentalista.

Además, los fundamentalistas han de ser lo bastante autoconscientes para saber que nunca querrán renunciar a los beneficios accesorios de la vida occidental; el gusto por ellos está demasiado profundamente implantado en sus almas, es una parte demasiado profunda de lo que son como seres humanos, para que pueda jamás erradicarse. Es posible rechazar aspectos aislados de la modernidad pero no la propia modernidad. Les guste o no, los fundamentalistas musulmanes son hombres modernos; hombres modernos que intentan la empresa imposible de ser otra cosa.

Por tanto tienen al menos la desazonante sospecha de que su utopía elegida no es en realidad una utopía; de que en las profundidades de su propio interior hay algo que la hace inalcanzable e incluso indeseable. ¿Cómo persuadirse a sí mismos y a otros de que su falta de fe, su vacilación, es en realidad la más fuerte fe posible? ¿Qué prueba de fe más convincente podría haber que morir por ella? ¿Cómo puede alguien estar realmente apegado a la música rap y el cricket y los Mercedes si está dispuesto a volarse en pedazos para destruir la sociedad que los produce? La muerte será el fin del ilícito apego que no puede eliminar por completo de su corazón.

Las dos formas de yihad, la interior y la exterior, la mayor y la menor, se reúnen así en una acción apocalíptica. Con el atentado suicida, los terroristas superan las impurezas morales y dudas religiosas en su interior y, supuestamente, asestan un golpe externo en favor de la propagación de la fe.

Por supuesto, la emoción subyacente es el odio. Un hombre encarcelado que me dijo que quería ser un terrorista suicida estaba más lleno de odio que nadie que haya conocido. [...] Después de una sañuda violación, por la cual fue a la cárcel, se convirtió a una forma salafista del Islam y quedó convencido de que un sistema judicial capaz de creer en la palabra de una simple mujer antes que en la de él estaba irremediablemente corrupto.

Noté un día que su humor había mejorado mucho; estaba comunicativo y casi jovial, como nunca había estado antes. Le pregunté qué había cambiado en su vida. Había tomado su decisión, me dijo. Todo estaba resuelto. No se iba a matar solo, como había sido antes su intención. El suicidio es un pecado mortal, según las doctrinas de la fe islámica. No, cuando saliera de la cárcel no se mataría; se convertiría en un mártir y ganaría eterna recompensa, convirtiéndose en una bomba y llevándose consigo a tantos enemigos como pudiera.

¿Enemigos?, pregunté; ¿qué enemigos? ¿Cómo podía saber que la gente que matase al azar serían enemigos? Eran enemigos, me dijo, porque vivían felizmente en nuestra sociedad podrida e injusta. Por tanto, por definición, eran enemigos (enemigos en sentido objetivo, como podría haber dicho Stalin) y por tanto objetivos legítimos.


Hay mucho más en el original.